“Fuenteovejuna,
otra vez” fue el título de un ensayo de teatro comprometido con la
realidad y una apuesta de creación colectiva. Así lo juzgaron crítica y
público en su momento. Su producción y diseño fue el resultado de una
realización novedosa. Un equipo de “intelectuales” cogieron un texto
clásico y decidieron hacer una nueva versión, una diferente escritura
del mismo, en el que había que plasmar las inquietudes del momento y
todos los avances del teatro vanguardista. De entrada, incorporaron dos
coros, uno al estilo griego, idealista, y otros de hombres de la calle,
“sin techo”, anarcos, decididos a cambiar lo posible, aunque escépticos
por naturaleza. Esas contradicciones debían ser compartidas con el público
“obligado” a intervenir y expresarse. El teatro lo era todo, no había
escenario.
A la puesta en escena se le incorporaron todas las novedades
expresivas y tecnológicas. El equipo artístico y técnico, compuesto por
cerca de ochenta personas, trabajaron codo con codo en un producción que
resultó inolvidable y que dejó a expertos y a personalidades del teatro
con la boca abierta. ¿Cómo era posible que unos universitarios hubieran
llegado más lejos que grandes compañías profesionales y hubieran
aportado mucho más? La respuesta estuvo en la creatividad y en la
aplicación de una producción tan profesional, o más, en sus métodos
que los anquilosados esquemas al uso.
Fue un trabajo colectivo, riguroso, demostrando que el teatro era
algo más que lo conocido hasta entonces y que era un medio de expresión
y comunicación escasamente desarrollado hasta el momento. Sigue igual,
hoy por hoy, o peor. Tendremos que esperar a que renazcan aquellos
creadores de “Fuenteovejuna, otra vez” para que hagan llegar su grito
de creación a los cuatro vientos con su manifiesto por el teatro total.
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