La imagen en el espacio

 

La idea de la imagen tridimensional nos inquieta desde la antigua Grecia; Euclides ya explica la visión binocular y su consecuencia inmediata, la ubicación de los objetos en el espacio, al comprobar que las imágenes que percibe cada ojo son distintas.

Hasta el Renacimiento, esta inquietud se limita a observar la naturaleza, pero es ahora cuando los sabios de la época, y en especial -¡cómo no!- Leonardo da Vinci, crean imágenes artificiales y encuentran la manera de verlas en el espacio. Es el dibujo tridimensional y las primeras formas de estereoscopio.

 Queda claro que la estereoscopia es anterior a la fotografía, pero ¿pueden imaginar lo que supone para las gentes del siglo XVIII su combinación?. Cuando en los albores de ese siglo la humanidad se sorprende ante el descubrimiento de Daguerre, plasmando en una placa lo mismo que veían sus ojos y no la interpretación subjetiva del pintor, por muy realista que fuese, esa sorpresa sería mayúscula cuando, además, pudieron observar la realidad en sus tres dimensiones.

 En 1838, el físico escocés Charles Wheatstone, que ya había creado el telégrafo eléctrico e ideado su famoso puente eléctrico para comprobación de la resistencia, inventa y da nombre al Estereoscopio de reflexión, dando comienzo a la gran carrera que perfeccionaría la visualización de pares estereoscópicos con el estereoscopio binocular de Brewster, en 1849, que también construyó la primera cámara esteresocópica. En España, el insigne científico D. Santiago Ramón y Cajal es gran aficionado a esta técnica, aplicándola a la microscopía para editar su “Atlas estereoscópico del Sistema Nervioso”.

 El principio de esta fotografía es muy simple: si cada ojo ve una imagen diferente, separadas unos 7 cm, dos fotografías tomadas por dos cámaras separadas 7 cm entre sí (o una con dos objetivos a esa distancia) nos darán imágenes equivalentes a las que vemos. El resto consiste en lograr que cada ojo vea sólo una de las dos fotos, la correspondiente a su lado, y el resto es obra del cerebro, que las superpone para percibir el efecto de relieve.

 Demos un salto de casi cien años para situarnos en el Abarán de los años veinte. Son los Hermanos Templado (Enrique y Eloy) los que nos dejan testimonio tridimensional del Abarán que vivieron, aunque, probablemente, alguien debió antecederles en su afición, ya que aparecen placas de formato anterior a esa fecha. Sin embargo, las imágenes mejor conservadas corresponden a cámaras de placas de  tipo Richard, propias de esos últimos años que recordamos. Próximamente tendremos una muestra de todas ellas.

 En los últimos años, equipado con “artilugios” de los años 20 como es la Voigtlander Stereflektoskop de placas de 6x13 (1915), he querido “rehacer” las mismas fotos, plasmando escenas sencillas de los Santos Médicos, la Virgen del Oro, Semana Santa, rincones de Abarán y algunos tipos característicos de nuestro pueblo. No es necesario rebuscar el encuadre ni los efectos de luz, ni siquiera la originalidad de la escena; he querido hacer lo que hacían ellos: plasmar en una placa lo que está ante mis ojos.

 Y en estos tiempos de la imagen digital, de las cámaras superautomáticas capaces de tomar hasta diez fotos por segundo, que todo lo hacen solas y con garantía de éxito, coger uno de esas maravillas mecánicas, capaces de disparar desde un segundo a una doscientoscincuentava parte de ese tiempo a base de palancas y cruces de malta, con objetivos de construcción simple –aunque, eso sí, de Carl Zeiss Jena- y la necesidad de medir la luz y establecer la exposición a ojo de buen cubero y recorrerte el pueblo y sus alrededores veinte veces con la emocionante incertidumbre de si al revelar te saldrá todo blanco o todo negro o  un negativo increíble, es una experiencia que no se puede desdeñar.

 Ante la imposibilidad de montar los pares estereoscópicos por falta de material óptico, hemos optado por los “anaglifos”, procedimiento que Louis Ducos du Hauron patentó en 1891 con el nombre de “anaglyphe”. Se trata de combinaciones superpuestas de las dos imágenes, cada una en un “canal” de color: roja la derecha y azul la izquierda. Para verlas, es necesario usar unas gafas con cristales de los mismos colores, pero invertidos, de forma que cada color no deja ver el propio y sí el complementario. Este tipo de visión no es la que ofrece mejor calidad, pero permite ver fotos de mayor tamaño y su proyección en pantalla.

 Espero que puedan disfrutar contemplándolas tanto como he disfrutado yo mientras las hacía.

 

Pedro García