De la imagen al sentimiento
Las fotografías de esta exposición las tomé el Día de la Cruz de 1998, pero la historia viene de atrás. De noventa años atrás, cuando mi abuelo Cristóbal tuvo la ocurrencia de abrir su Confitería en Cieza, calle Buitragos, 1, esquina Montepío. Una confitería que nunca tuvo rótulo en la puerta, aunque mi abuelo la bautizara, primero, con el nombre de "La Constanza" y, más tarde, con el sugestivo título de "La Colmena de Oro", apelativos que sólo aparecían en las envolturas.Por esta ocurrencia de mi abuelo, vinieron al mundo en Cieza mi padre, Perico el de Cristóbal, y mi tía Berta. Tras muchos avatares que no vienen al caso mi padre volvió a Abarán, se casó, se estableció y nací yo. Y como mi padre era y es más que de Cieza, Ciezano, desde que la memoria no me alcanza, cada 3 de Mayo, día laborable en Abarán para mi mayor confusión, mi madre me vestía de domingo y después de comer nos veníamos a Cieza, primero en taxi y después en la entrañable DKW, cuyas plazas completaban otras abaraneras devotas del Santo Cristo. Mi abuelo y mi tía ya estaban en Cieza desde bien de mañana. Tras la llegada a la Esquina del Convento nos dirigíamos a la Confitería, ya del Lorito, y allí la Amparo me llenaba los bolsillos de caramelos. Deprisa nos dirigíamos a la Asunción a ver como Paquito el Pintor daba los últimos retoques a las flores del trono, flores de las cuales siempre regalaba una a mi madre. Esperando la hora nos dábamos una vuelta por los alrededores a saludar a los amigos de juventud de mi padre y se repetía el saludo y parada con Luis del Sastre, Ricardo y, sobre todo, con Manolo el Lorito, camino del punto de reuníon de la Banda, con sus dos manos ocupadas: en una su eterna trompeta y en la otra su hijo Paquico, que ahora lleva en una la batuta y en la otra a su hija con el oboe. Y así, sucesivamente, año tras año, hasta que yo me aprendí el camino, todas las letras del Cristo bendito Gloria de Cieza , la música y los coros a los desgarrados gritos de ¡Viva el Cristo del Consuelo! de aquéllos que eran elevados por los tobillos por sus compañeros de pandilla.
En 1963 me vine a estudiar a Cieza, con D. Manuel Avellaneda, D. José Marín y el de otro D. José, el Martín, maestro desde mis primeros años en Abarán, D. Angel, ciezano adoptivo, y mis compañeros Bartolo, Poyatos, Fernando, Juanito, Villa, el Pando, Juanjo, Moreno. Todos influyeron en mi vida: unos por lo que me enseñaron, otros por lo que de ellos aprendí. Y Pepito Avilés y su padre, que con Juan Solano nos hicieron el trono de San Pedro. Y mi familia ciezana, o mejor, mis familias ciezanas, porque además de la sanguínea que forman los Templados por un lado y los Gómez de la Carmencica por otro, está mi familia Lorita, con la que he tenido y tengo una relación más honda que si realmente nuestros Garcías nacieran de la misma cepa. Y los Pites, con la Paca como bandera, que de niñera de mi padre se convirtió en niñera de mi abuelo Cristóbal y sempiterna compañera junto al rumor de las presas en La Ñorica, con las intermitentes excepciones de las temporadas que se enfadaba y dimitía, para siempre volver.
De aquellas vivencias me quedaron unas imágenes que no están en esta exposición. No pueden estar porque se transformaron en sentimiento y los sentimientos no se pueden plasmar en soporte físico. Si acaso, podemos captar, en contadas ocasiones, la expresión del sentimiento, como la de esa mujer que mira, adora, implora, añora y disfruta satisfecha el paso del Cristo tras los cristales de su puerta.
Estas fotografías no pueden plasmar tantos sentimientos vividos ni aquéllos que ponen los ciezanos cuando lanzan los pétalos sobre el Cristo, o portan sus velas, o cantan Desde la cumbre airosa. Tampoco pueden ser un resumen de lo que significa el Cristo del Consuelo como devoción, como tradición o como máxima expresión de las cosas de Cieza. Sirvan, en todo caso, como homenaje de recuerdo y gratitud a mi abuelo Cristóbal, a mi padre, Perico, a mi tía Berta, a la Amparo y la María las Loritas, a los Loritos Paco y Manolo, a la Paca la Pita y su sobrino Pepito, a los Avilés y Solano, a mis Maestros y compañeros de la academia y, en fin, a todos aquéllos que han tenido algo que ver con que yo pueda presumir de tener una parte de corazón ciezano.
Pedro García