Antonio Francisco Gómes y su hija, Alba. 

ABARAN NO AMANECE SOCIALISTA

No es el martillo el que hace perfecto el guijarro, sino el agua con su danza y su canción. R. Tagore


Hemos tenido que dejar atrás el siglo XX para aparcar definitivamente en Abarán los viejos fantasmas que algunos, muy preocupados por la indivisibilidad territorial de España y no tanto por la división de los españoles en rojos y nacionales, han tenido el desocupo de airear a los cuatro vientos en su periplo electorero a través del suelo patrio, como eco amplificado de ancestrales posturas locales en las que ni la reciente lección de las urnas ha conseguido despertar la necesidad de una reflexión generosa y sincera que ayude, al menos, a superar la incomprensible tragedia que al parecer ha supuesto algo tan humanamente posible como perder unas elecciones.

 

Ese definitivamente no pretende, en modo alguno,  que el cambio de ayuntamiento vaya a ser para siempre, que una vez instalados serán eternos. Muy al contrario, ese definitivamente significa que ya nunca será como antes, pues la gente tendrá ocasión de comprobar, curados del espanto de la legítima alternancia en el poder,  que han ganado los socialistas y no ha ocurrido ninguna catástrofe social ni económica y dentro de cuatro años todos irán a votar a quienes mejor les parezca tranquilos, relajados y contentos, desterrados ya, por trasnochados y probadamente inútiles, otros métodos de persuasión que lejos de facilitar la convivencia en democracia sólo aportan desconfianza, miedo y crispación.

 

 En los días anteriores a las elecciones hemos oído comentar que esta vez no  votarían al PP, sino a Antonio Francisco, no sin cierto recelo, pues el resultado no estaba tan claro. ¡Qué nos van a contar, J.T.!. Otros, en pro de lo que hemos estimado mejor para nuestro Pueblo y nunca en contra de nadie, hemos cometido el atrevimiento, fruto de nuestra libertad y al amparo de una Constitución que todos juran, de ponernos pins o pegatinas, ir a los mítines y dejarnos ver, apoyar en privado y en público la necesidad inaplazable del cambio o colocar carteles en la ventana en un gesto que no faltará quien lo haya tachado de payasada, pero que ha servido al personal para cerciorarse de que se puede colocar un cartel en la ventana sin que tamaña osadía te convierta en reo de la Inquisición.

 

Sin embargo, esa actitud, normal en un siglo XXI que ha sido desde tiempo inmemorial referencia fantástica de la cultura intergaláctica; normal en un estado democrático en el que no basta que cada uno vote y calle, sino que su esencia es el respeto a las ideas y opiniones de cada cuál y a su libre expresión; esa actitud, cuya defensa incluso ha sido esgrimida sin pudor para justificar una guerra, no era normal en mi Pueblo. La  propaganda que me han hecho ha sido de agárrate y no te menees; pero mi Pueblo bien  vale que lo despellejen a uno y aquí está uno, impertérrito e inamovible, aguantando el chaparrón sin paraguas y que llueva que llueva la Virgen de la cueva, sin  perder el buen humor, que siempre ha de haber zagales que paguen los platos rotos y, a fin de cuentas, por más agua que te caiga si eres  aceite acabas  flotando.

 

De la misma manera que antes de saber el resultado de las elecciones dejé claro para quién era mi  voto y mi apoyo en pro, insisto, de lo que he entendido mejor para mi Pueblo, despejada la incógnita tengo que confesar, en justicia, que las etiquetas políticas nunca han despertado en mí demasiado entusiasmo. Me interesa más el contenido que el continente. Otros, sin embargo, sienten adoración por unos colores y en su tan esperado como inesperado júbilo han proclamado, con una discreción que les honra, ese “Abarán amanece socialista”. Pero saben que no se trata de eso, tanto por la lectura literal de los resultados como por la seguridad de que prevalecerá, sobre todo y a pesar de todo, la manifiesta voluntad de nuestro nuevo Señor Alcalde, que también es Ilustrísimo por razón de su cargo, de serlo para todas y todos las/los abaraneras/os (¡menudo trabalenguas!),  fiel a su promesa de cumplir y hacer cumplir la ley, demostrando con su señorío y una claridad meridiana que otro Abarán es posible. Para eso lo hemos hecho depositario de nuestra confianza. Para eso le hemos dado el Poder. Así entiende él el Poder. Eso es el Poder.

 

Con Antonio Francisco Abarán no amanece socialista. Es más sencillo, más bonito, más grande, más profundo, más ilusionante, más esperanzador, más hermoso, más rotundo: Abarán, símplemente, amanece.

 

La Noria - Junio 2003